La creencia indica que el alma de los “beneficiarios” de estos monumentos queda “suspendida” en una esfera intermedia, mientras llega su descanso eterno.
Mucho se ha escrito sobre este particular fenómeno estético y religioso, pero parece que siempre queda la sensación de que no se ha dicho todo. Forma anónima y espontánea que los chilenos tenemos para expresar nuestro cariño, recuerdo y respeto por ciertos seres que traspasaron su fama luego de fallecer.
Al decir de Oreste Plath, el gran folclorólogo y escritor chileno ya desaparecido, las animitas tienen un carácter estético, en tanto “arte popular”; y religioso, como parte de la “religiosidad popular”.
De acuerdo a la definición que entrega Memoria Chilena, las animitas tienen ciertas características formales y claves de devoción que se transmiten de generación en generación, y se erigen como recuerdo de aquéllos quienes temprano perdieron la vida o, en su defecto, en forma violenta.
La creencia popular indica que el alma de los “beneficiarios” de uno de estos monumentos populares queda “suspendida” en una esfera intermedia (purgatorio, dirán algunos), mientras llega su descanso eterno. Y en ese intertanto, pueden intervenir para beneficio -o perjuicio- de quienes quedamos “vagando en el mundo terrenal”; y es en la “animita”, en tanto construcción, donde el “alma en pena” o el ánima, reconoce un lugar acogedor y familiar donde morar y resguardarse antes de enfilar hacia el más allá.
Las animitas y la odontología
Pero, ¿qué tiene que ver este mundo de “casitas” adornadas con fotos de los difuntos, juguetes, esperma derretida de velas añosas o flores ajadas o de pétalos secos, en algunos casos negras sus paredes con el hollín de los cirios, con los dentistas?
Bueno, que en su existencia llena de pedidos de “favores” de los seres vivos para que las ánimas les ayuden a sobrellevar la vida en este mundo, no han faltado los de aquellos padres desesperados porque sus hijos abandonaran los famosos chupetes, siendo la “animita” un destino donde físicamente podían abandonar el artefacto (recuerde y sepan los lectores que en el siglo pasado se decía que “chupar chupete” hacía crecer los dientes chuecos), así como también sus dientes de leche, para agradecer, en el primero de los casos, por haberlo dejado -y por ende haber ganado una buena salud oral-, y para pedir, en el segundo caso, que los definitivos salieran “sanitos y derechitos”.
El culto de las animitas se sustenta, aún hoy, en una especie de win-win entre el alma en pena, y los vivos, quienes les pedimos favores, mientras que las ánimas piden ayuda, en forma de velas, flores y el recuerdo, para llegar al cielo… O dónde sea.
A lo largo de Chile seguramente usted, viajado lector, ha visto muchas, pero no les ha prestado mucha atención. Cada una de ellas -no hay un censo exacto sobre su número-,tiene su propia y cautivante historia.
Entre las más famosas, y que son objetivo de permanentes crónicas, están las de Evaristo Montt en Antofagasta, la de Romualdito en Estación Central, la de la Difunta Correa en diversos sitios del país, la de La Marinita en el Parque O’ Higgins, la de Emilio Dubois en Valparaíso, y la del Chacal de Nahueltoro, en San Carlos, ejecutados estos últimos por los crímenes que habían cometido. Pero eso, eso es otra historia.
En la Gran Ciudad
No hace falta caminar mucho por las calles de Santiago, en particular de las comunas populares, para encontrar estos túmulos llenos de flores, ofrendas y muchas velas -debe ser un mercado interesante para los fabricantes de velas-, en una esquina o a mitad de cuadra.
Las hay dedicadas a niños que partieron antes de tiempo de este mundo, y que sus padres han querido rendir homenaje y un recuerdo permanente; jóvenes y adultos que fueron asesinados en “extrañas circunstancias”.
Todas, sin embargo, son respetadas por la gente, y las que han sido por cualquier circunstancia, arrancadas o “profanadas”, prontamente son respuestas, porque el recuerdo se mantiene vivo. En la calle Zañartu, ubicada en la comuna de Ñuñoa aún se mantiene una que ya es denominada como “NN”, debido a que se desconocen los datos de quién fue erigida y cuando y, sin embargo, es respetada.
Carteras en lugar de velas
Hace un par de años la prensa daba cuenta de que, en un allanamiento, en la población Santa Julia, para desbaratar una banda, se descubrió una “animita” muy particular, de una joven que había muerto en un accidente en un auto robado.
Según la crónica, en lugar de velas y flores, le dejaban carteras de lujo y relojes de costosas marcas, como ofrendas para recordarla.
La fallecida, murió a los 19 años y era hija de una de las líderes del clan detenido en aquella oportunidad.
La curiosa situación da cuenta del rol que cumplían las mujeres en la agrupación delictual y del respeto que se tenía por ellos. Según el fiscal del caso, indicaba que el que nadie tocara llas ofrendas de la animita, hablaba de la firme reputación de la familia en la zona. Curiosa manera de recordar…